La derecha reaccionaria se equivoca al cerrar los ojos ante la mayor crisis de la democracia española desde el frustrado golpe de Estado provocada por las infidelidades de Juan Carlos de Borbón y sus turbias finanzas. El rey emérito se ha conducido
con absoluta irresponsabilidad e impunidad durante los 40 años de jefatura de Estado y
la prensa española ha guardado un vergonzante silencio durante todo este tiempo, apelando infantil y sumisamente a la campechanía del monarca.
La rotura de cadera en aquel infasuto safari, la abdicación exprés y, en plena pandemia, la renuncia a su herencia por parte de Felipe VI han sido tres episodios escandalosos que
han destruido la, por otra parte exagerada, imagen de Juan Carlos de Borbón en la construcción de la Democracia y apuntalada durante décadas con noticias amables sobre naderías de una familia que, en realidad, está rota y, al menos, ha llevado a uno de sus miembros, Undargarín, a dar con sus huesos en la cárcel por codicia.
Bien haría el rey emérito en colaborar con la Justicia para aclarar los hechos que se le atribuyen, las sospechas sobre conducta inadecuada y presuntamente ilegal, y se depuren responsabilidades. Y todo ello no por ajustar cuentas con la Monarquía por una pulsión republicana exacerbada. Está en juego la calidad de nuestro sistema democrático y el Estado de Derecho.
Consideración aparte merecen el enfoque que hace Unidas Podemos, planteando abiertamente el debate sobre el modelo constitucional, o la propuesta de Pedro Sánchez de revisar la involabilidad del Rey.
Pablo Iglesias embarra cualquier asunto sobre el que se pronuncie. El resentimiento del discurso anula cualquier argumento y, por supuesto, invalida sus razones. Por otra parte, los países que le sirven de modelo alternativo no animan a sumarse a su causa.
Lo que el presidente del Gobierno ha puesto sobre la mesa es valiente y justo. Raro. Pero acierta.
La involabilidad no tiene sentido y es odiosa. El único problema de la propuesta de Pedro Sánchez es que
no tendrá los arrestos político-electorales de sacarla adelante porque requiere el procedimiento de reforma profunda de la Constitución.
A partir de aquí, las reacciones de PP y Vox son lamentables.
Los de Pablo Casado despachan el asunto culpando al Gobierno de desplegar una cortina de humo contra Juan Carlos de Borbón para ocultar la nefasta gestión de la pandemia. Y los de Santiago Abascal aseguran, en un ejercicio de estrabismo político preocupante, que
PSOE y Unidas Podemos “odian todo lo que nos une”.
Los Borbones tienen suerte.
El colapso de la institución se produce justo cuando España sufre la peor generación de políticos de toda su historia. Empequeñecidos ante la abrumadora dimensión del problema que tienen entre manos y anulados por los poderes económicos, extremadamente conservadores,
no asistiremos a cambio alguno salvo que la sociedad civil se movilice y ponga fin a una anomalía histórica y política.