Torremolinos

Diego Cano Solar o la esencia de La Carihuela

Diego Cano Solar es para los jóvenes un sobresaliente ejemplo de lo mucho que una persona puede alcanzar partiendo de cero

Publicidad Ai
Publicidad Ai
Publicidad Ai Publicidad Ai
Publicidad Ai
  • Diego Cano Solar -
Se embarcó, cuando el año fenecía,
con rumbo a las eternas luminarias
que en el recuerdo esplenden solitarias.
Nuevo año su vela ya prendía.

Se llevó del ayer La Carihuela,
envuelta en la nostalgia de los días
que ahora son apagadas melodías
que un pentagrama de ilusión modela.

El Roqueo está huérfano de mesas
en las que retozaba el pescaíto,
que es vocablo turístico y bendito,
cosecha de marítimas dehesas.

Ese mar de milenios encorvado
y enamorado de la tersa arena,
suave acaricia su esbeltez morena
y en las barcas acuna su pasado.

Proa al vasto confín claro y lejano
ha enfilado la barca marinera;
pero no partirá de la ribera,
que en ella ancló por siempre Diego Cano.



Diego iba y el año venía. Y, con las luces del año, La Carihuela amaneció sombría, envuelta en un espeso velo de silencio. El pentagrama del mar se deshacía fúnebre sobre la arena. El espíritu de la melancolía deambulaba solitario por el paseo. La orquesta de platos y copas de chiringuitos y restaurantes quebró aquel día sus cuerdas. Tan solo el recuerdo las tañía. El Roqueo ya dormía sus glorias en la cuna de la nostalgia, desde que se enmohecieran en el tiempo las bisagras de sus dilatadas puertas. Sin el capitán Diego, el Roqueo se hizo barco encallado en la arena.

Diego -Diego Cano Solar- se marchó para siempre con el año. Toda La Carihuela y una representación nutrida del Torremolinos todo le dio su último adiós en el cementerio del pueblo que le vio nacer, ese familiar y escondido camposanto que, en palabras del célebre poeta de la Generación del 27, Luis Cernuda, “huerto parecería, si no fuese por las losas, posadas en la hierba como un poco de nieve que no oprime...” Cernuda aludía al cementerio de Torremolinos, pueblo que él denominaba “Sansueña”. Los versos finales de Cernuda bien pueden aplicarse hoy a Diego: “El hombre quiere caer donde el amor fue suyo un día”. Y es que el amor de Diego -además de su familia, su esposa María y sus hijas María, Yolanda y Susana- fue Torremolinos, La Carihuela, su Carihuela, donde vio las primeras luces marineras el 16 de febrero de 1940. Hijo -el segundo de cinco hermanos- del matrimonio formado por Juan y Francisca, dos personas muy queridas y recordadas, por aquellas aguas pesqueras se embarcó Diego con su padre en sus años mozos, aunque sus ilusiones marineras quedaron finalmente varadas en la playa por la que de niño correteaba tan feliz.

Aprendió Diego las primeras letras a los 12 años, gracias a don Miguel, el maestro de La Carihuela. Con 16 años se inició en la vida laboral como ayudante en el montaje de los ascensores del pionero Hotel Pez Espada, y posteriormente ejerció en el mismo hotel las funciones de mozo de equipajes y camarero, alcanzando el grado de jefe de rango. Por ese tiempo conoció a María Urbaneja, con quien, después de tres años de noviazgo, contrajo nupcias el 6 de Enero de 1965 en la parroquia de la Virgen del Carmen de La Carihuela. Diego, como buen choro, era sincero devoto, junto a los suyos, de la que ya se vislumbraba como Patrona y Alcaldesa Honoraria de Torremolinos.

Tras casi una década de prestar servicio en el popular Restaurante Prudencio de La Carihuela, Diego decidió abrir con su hermano Sebastián su propio negocio de restauración en la casa de su suegra, en el paseo marítimo. Corría el año 1975 y los comienzos fueron extremadamente difíciles, pues no contaban con medios económicos. Las obras de acondicionamiento pudieron efectuarse gracias a una hipoteca. Abrieron el restaurante, bautizado como El Roqueo, un día 13, con 13 mesas y manteles amarillos. Sebastián atendía la cocina y Diego el comedor. El éxito comenzó a sonreírles al cabo de un mes, tanto que, para poder atender a los clientes en aumento, hubieron de traer sillas y mesas de sus propias casas. Ambos amaban profundamente su trabajo, que exigía constantes madrugones para preparar los condumios. El secreto de su éxito estaba en la empatía con que trataban a sus clientes, que pronto se contaron como amigos. El Roqueo fue durante casi tres décadas -hasta su cierre poco después de principios del nuevo siglo- como una extensión del comedor familiar de personas de todas las clases sociales y profesiones. Más que a comer, puede decirse que venían a ver a Diego. Cuando Diego dejó el restaurante, porque las circunstancias le obligaron, ahí comenzaron a enmohecerse las bisagras.

Diego Cano Solar es para los jóvenes un sobresaliente ejemplo de lo mucho que una persona puede alcanzar partiendo de cero, si lucha con tesón e inteligencia. Y es Diego un dechado de cómo conseguir amigos y conservarlos. Su partida es como la pérdida de un tesoro. El fue tesoro y esencia fragante de La Carihuela.

SONETO A DIEGO CANO

Te embarcaste en la nave del olvido
y el silencio inundó tu Carihuela;
sobre el agua trazaste blanca estela
que las olas aún no han diluido.

Tu recuerdo, del mar es el bramido;
en la arena tu imagen se modela;
en la música pintan su acuarela
figuras de silencios, no hay sonido.

Melancólica duerme en el Paseo,
que del mar se enamora y no lo alcanza,
esa gema que ayer fue tu Roqueo:

en el viento detuvo ya su danza,
conquistado en la edad el apogeo.
Hoy, lo mismo que tú, se hace añoranza.

(Poemas de Jesús Antonio San Martín,
de su libro “Torremolinos, mi sol, mi amor”)

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN