Llámenlos jartibles o como quieran, porque una vez acabada la Semana Santa y pasada la Feria, la religiosidad popular más pura se pone en marcha. Me refiero a las Glorias que inundan casi cada fin de semana, hasta que lleguen los fríos de noviembre, las calles de la ciudad.
Si no las conocen, hagan por conocerlas. Verán que sorpresa se van a llevar.
Las Hermandades de Gloria son auténticos tesoros que pasan desapercibidos (o quizás mirados de soslayo) para un amplio número de cofrades. Son los “hermanos pobres” de todo el orbe cofradiero. Y nada más lejos de la realidad.
Con unos presupuestos paupérrimos y unos censos de hermanos bastante esqueléticos, estas corporaciones realizan el tremendo esfuerzo cada año de celebrar unos dignísimos cultos, salir en procesión y atender numerosas obras asistenciales. Sin la fuerza social que tienen las de penitencia, así como sin una carrera oficial que genera importantes beneficios. Pero quizás -y esto sí que es bueno- con la limpia devoción de los suyos, de los más allegados, de los de su feligresía. Las vírgenes gloriosas mantienen viva esa fe cercana de sus vecinos. Miren sus filas en las procesiones, repletas de niños y de abuelas: pasado y futuro, todo en el mismo cortejo de unos pocos de metros.
Les invito a que las conozcan si aún las miran desde cierta distancia. Y que si tienen ocasión las visiten. Y si aún les quedan ganas, que se acerquen internamente a ellas y echen una mano. Verán cómo el pescao frito brilla por su ausencia. Descubrirán todo un universo donde nada es lo que parece, en el que el hermano mayor aprieta tornillos; el mayordomo hace auténtica ingeniería financiera con los escasos ingresos; y el secretario escribe las comunicaciones en su propio trabajo, aprovechándose del tóner ajeno para imprimir las cartas. Supervivencia. Auténtica supervivencia.
Si no conocen a las Hermandades de Gloria tienen la oportunidad este domingo de estrenarse: vayan a la Costanilla de la Alfalfa y saboreen a la de la Salud. No digo que la vean, sino que la saboreen. Disfruten del empaque que les brinda cortejo y paso. Con la elegancia suprema de la Virgen. Con el rostro travieso de Niño, cercano a cualquier chiquillo del barrio. Con la luz de la tarde cuando se pierde entre los pretiles de las azoteas y las frescas sombras de la collación. Disfruten del clasicismo de la música y de las formas. De las hachetas de sus devotas y de los bordados del manto.
No se pierdan ni un detalle. Porque en tan poco espacio, si abren bien los ojos, se condensa un todo.
Todo una gloria.