Hay quienes si no son capaces de convencernos, intentan confundirnos entre inútiles elucubraciones y teorías irrealizables que jamás seremos capaces de llevar a la práctica, mientras nosotros nos movemos entre la observación y la interpretación como si fuéramos en una bicicleta velozmente, en una bajada sin fondo.
Y en esa línea de procurar convencer tras observar detenidamente, nos preguntamos qué es lo que realmente vemos, sentimos, interpretamos, y proyectamos. Si con frecuencia los cristales de nuestras gafas no están empañados y opacaos.
También en ese querer ver las cosas con claridad y transparencia, nos cuestionamos sobre cómo podemos evitar la subjetividad, como establecer los límites y la distancia, cómo escuchar con sensibilidad las resistencias y las emociones de los demás.
Entre las intuiciones, sensaciones , empatías y conocimientos , hemos de saber estar cerca y lejos a la vez, colocar los filtros y establecer los sistemas de contención , cerrar grietas y agujeros , saber llenar el espacio que nos rodea dejando lugar y respetando el sitio de los demás .
Si realmente queremos convencer y no confundir , hemos de huir de rotular , de colocar etiquetas a diestro y siniestro para que todo responda a la falsa lógica de una clasificación predeterminada, que no deja de ser una trampa mortal para cualquier miembro y sociedad inteligente.
Para que los demás nos crean y tengan confianza en lo que decimos y hacemos, hemos de estar en una actitud de escucha, de los que nos dicen y lo que nos callan, de sus actos fallidos y sus olvidos, de sus afirmaciones y negaciones, de sus repeticiones.
No podemos olvidarnos que vivimos en un mundo lleno de sonidos y el sonido es vibración, movimiento. Nosotros producimos sonidos con nuestro cuerpo, con nuestros pasos, al caminar o al correr, cuando lloramos o reímos, con nuestra respiración o nuestros latidos cardiacos.
A veces combinamos sonidos y silencios con una intención estética, expresiva y comunicativa, y entonces estamos haciendo música, y sin lugar a dudas es uno de los medios más potentes que tenemos para canalizar nuestros deseos, miedos y sentimientos.
Es difícil afirmarlo de manera categórica, pero desde tiempos inmemoriales se le ha atribuido a la música poderes mágicos, a través de los cuales podernos comunicar con los dioses. Y esto podemos constatarlo a través de la mitología y la historia.
Dice la expresión popular “la música amansa a las fieras” cuyo origen hemos de encontrarlo en la leyenda de Orfeo, poeta y músico griego que poseía un canto y una forma de tocar la lira que aplacaba a las fieras más salvajes, y que con el paso del tiempo se ha utilizado para referirse a la capacidad tranquilizadora de la música para comportamientos agresivos o nerviosos.
De todas formas la música, a través de sus elementos, como el ritmo, la melodía, la armonía o la letra nos evoca imágenes y situaciones vividas o irreales, nos despierta emociones desarrollando la capacidad de análisis y nos obliga a movernos desde el conocimiento, la relación y la convicción.
Como decía Víctor Hugo “nada tan estúpido como vencer. La verdadera gloria está en convencer”.