Que las normas, algunos creen, que están para saltárselas es cierto, pero incompleto. Quizás podríamos culminar esta idea con otra igualmente tópica y popular:” nuestra libertad acaba donde empieza la de los demás”. Nadie discute que la transgresión resulta tan inevitable y necesaria que ha de llevarnos a la conciencia de los límites, de lo que significa sobrepasarlos y sus consecuencias.
Todos los días vemos ejemplos, de cómo cuando a la agresividad se culpabiliza, se reprime. Las reglas nos ayudan a autorregularnos y canalizar nuestra agresividad. Las actividades de impulsividad y fuerza pero no violentas, suelen ser muy eficaces en el control de la misma.
Hemos de darnos la oportunidad de liberar nuestra agresividad sin ningún peligro para los demás y nosotros mismos, al tiempo que nos obligamos a escuchar al otro sus razones y emociones, entendiendo que lo importante no estar en el ganar o en el perder sino en el proceso y sus vivencias.
En muchos momentos de nuestras vidas necesitamos sacar fuera y exteriorizar la conflictividad interna y nuestros deseos y hemos de elaborar estrategias para hacer viable nuestro comportamiento agresivo, transgresor, sin que eso nos suponga arrastrar ninguna culpa.
Cuando somos rehenes de nuestra necesidad de transgredir, nuestras agresividades y nuestras culpas, el lenguaje cobra una importancia fundamental,y hemos de comprender el sentido para poder responder de modo empático y creativo
Con frecuencia, en la actualidad solemos asistir, que la inmensa mayoría de las transgresiones suelen convertirse en comportamientos que violan las normas sociales, o son conductas malvadas, cuyos elementos fundamentales son el daño y la crueldad, incluso pueden llegar a la violencia física o psíquica con el fin de controlar, castigar o destruir a otras personas.
Hay quienes consideran que la agresividad tiene una base biológica o innata mientras que están los que piensan y sostienen que se trata de una conducta aprendida. Lo cierto es que hay factores que la favorecen como la frustración, la provocación, la exposición permanente a los medios de comunicación, la activación o la excitación emocional o los celos.
Cuando las agresividades y las transgresiones se convierten en algo negativo, doloroso e incluso peligroso, hemos de tener mucho cuidado, y buscar la ayuda adecuada, que va desde el método catártico, dando rienda suelta al impulso agresivo en acciones socialmente permitidas.
Tampoco está demás que seamos capaces de fortalecer nuestros controles cognitivos en las intervenciones agresivas, siendo capaces sin complejos, de pedir disculpas u admitir nuestras equivocaciones lo que hará disminuir nuestra agresividad.
Es importante que aprendamos a “estar alerta”, teniendo mucho tacto con las personas agresivas, no culpabilizar a la gente sino a causas no intencionales, y no es malo evitar pensamientos o recuerdos desagradables y negativos, como el ponerse a rumiar sobre lo que ha dicho o hecho alguien, pensando que solo quería hacernos daño.
Debemos empeñarnos en aprender conductas socialmente positivas, exponiendo modelos y situaciones no agresivas, y entrenarnos en habilidades sociales básicas sabiendo afrontar la agresividad y a aguantar las críticas. No podemos satanizar como malos a todos los agresivos que nos encontremos en el camino, si no convertiremos nuestras vidas en un infierno.