El Jueves

Y entonces llegó el Rey

Ustedes ya lo saben: eran las primeras horas de la tarde calurosa del Lunes Santo cuando Su Majestad el Rey Felipe VI comenzó a ver cofradías...

Ustedes ya lo saben: eran las primeras horas de la tarde calurosa del Lunes Santo cuando Su Majestad el Rey Felipe VI comenzó a ver cofradías. Y lo hizo en los barrios, donde se saborea la esencia de la Semana Santa, la más pura, la que no tiene mentiras y que expresa lo que siente, con un aplauso o una lágrima.

Llegó el Rey a la delantera del palio de las Mercedes, a las puertas de la Delegación del Gobierno, para que un orgulloso Javier Bonilla le estrechara la mano y le ofreciera la vara dorada. Supongo que también el monarca recibió estampitas de más de un nazareno. Y también para que el Fiscal del palio, Manolo V. Durán, detuviera el reloj por un instante, pues la histórica imagen bien merece que se quede impresa en los anales de la gente de bien -a los que tanto quiero- del Tiro de Línea.

Y después a la Campana, sin los formalismos que se impregnan a las visitas oficiales que pasan por la Casa Grande de la Plaza Nueva. Allí, junto a Susana Díaz y Juan Ignacio Zoido, con el presidente del Consejo y los consejeros que cumplían su servicio. Sin que la real visita interrumpiera su cometido: José Carlos López Alba (Delegado del Lunes Santo) y Juan Gamero (Consejero de Glorias) no dejaban sus asientos en una mesa con tan augusta presidencia.

Y más barrio para Don Felipe: la Virgen de los ojos verdes del Polígono de San Pablo se levantaba con el real golpe de martillo, que el Rey abandonó esa mesa para mezclarse en la soberana -nunca mejor dicho- bulla cangrejera, aunque fuera en la Campana.

Después, los hermanos de la Redención le enseñaron la traición de Judas y José Antonio Moncayo, el muy eficaz Hermano Mayor de la cofradía de Santiago, le entregaba unos sobres con medallas y estampas. ¡Qué bien hacemos las cosas en Sevilla cuando nada se prepara! ¡Somos los reyes de la improvisación, y nos sale así de bien!

Y cuando todo parece que acaba, llega la Virgen del Rocío y suena la desgarradora voz de Manolo Cuevas. Imagino a Manolo del Cuvillo, que presidía el palio, sin creerse aún a quién le ofrecía el martillo el capataz, Carlos Yruela, que sabe de sobra como salir de situaciones de este tipo.
Gracias, Majestad, por este regalo a Sevilla. Así, sin difíciles protocolos que lo ponen todo más frío.

Cuando quiera volver, sepa que el calor humano de la ciudad no es comparable al que Su Majestad ha pasado en este Lunes Santo. Gracias por regalarnos a todos una monarquía joven, alejada de rectitudes caducas y pretéritas; cercana a los que somos sus súbditos.
Le esperamos.  Aquí. Cuando quiera. Esta es su casa.

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN